Cuando se piensa en literatura árabe desde Occidente, lo primero que se nos viene a la mente son «Las mil y una noches». Nos imaginamos cuentacuentos errantes, narrando sus historias en las plazas, cautivando al público con fantasiosas aventuras. Suponemos que la sensibilidad árabe está íntimamente ligada a la narrativa y los relatos, pero nada más alejado de la realidad.
La narrativa es un género menor en la literatura árabe frente a la poesía que goza de un gran arraigo popular
El género por antonomasia de la literatura árabe es la poesía. Su sonoridad, su ritmo y su retórica atraen a hombres y mujeres de todas las clases sociales y niveles culturales aún hoy en día. En comparación, la narrativa es un género menor que solo ahora está empezando a tener el mismo reconocimiento que la poesía.
El lento desarrollo de la novela árabe
Por ello, no es de extrañar que el desarrollo de la novela árabe moderna fuera lento. Zaynab (1913), de Muhamad Hussein Haykal, es considerada la primera novela árabe (egipcia, en concreto) que fue más allá de imitar a las europeas. Sin embargo, la primera gran obra narrativa de la Nahda (renacimiento cultural contemporáneo árabe) fue Los días, del gran pensador e intelectual egipcio Taha Hussein. Los tres volúmenes, publicados entre 1926 y 1967, narran la vida del propio autor, desde su niñez en el Egipto rural hasta cuando se convierte en profesor de la Universidad de El Cairo. En esta obra, la capital del país solo aparece como el escenario en el que se desarrolla parte de la acción, como sus estudios universitarios y su rebelión contra los profesores y las tradiciones de Al-Azhar, y carece de protagonismo alguno.
El Cairo tampoco tiene relevancia en otra de las primeras grandes novelas egipcias, Diario de un fiscal rural (1937), de Tawfiq al-Hakim, situada en el campo y, al igual que Los días, basada en las experiencias reales del autor. Sería el gran novelista y ganador del Premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz (1991-2006) quien no solo situaría varias de sus novelas más famosas en la capital egipcia, sino que le otorgaría a El Cairo la importancia que merece.
Entre 1945 y 1957 las novelas de Mahfuz se centraron en El Cairo contemporáneo, haciendo una completa radiografía de la ciudad y de sus habitantes desde las clases populares hasta la burguesía. Jan al-Jalili, El callejón de los milagros y la Trilogía de El Cairo nos muestran la capital de Egipto en todo su esplendor, con sus luces y sus sombras y sus habitantes más típicos y reconocibles junto con sus sueños, esperanzas y fracasos. El Cairo está presente también en su novela Hijos de nuestro barrio (1959), aunque esta es el preludio del avance de Mahfuz hacia una obra menos centrada en representar la realidad social.
La generación de novelistas egipcios de los años 60 se caracterizó por el escepticismo político, la ironía y la crítica social, dejando de lado la ciudad de El Cairo.
Durante los años siguientes, las generaciones de novelistas egipcios que vinieron no le prestaron demasiada atención a El Cairo. Por ejemplo, la generación de los 60, caracterizada por el escepticismo político, la ironía y la crítica social, así como una gran combatividad y compromiso con su sociedad, prefirió utilizar como escenario un ambiente que conocían bien: la cárcel.
En 1990 la situación política y social de Egipto era crítica. La explosión demográfica y el paro empujaron a millones de habitantes de las zonas rurales a la ciudad en búsqueda de trabajo, alrededor de El Cairo surgieron barrios de chabolas ocupadas por migrantes del campo (los llamados «saidíes») y la ciudad se masificó. Este proceso aparece reflejado en la famosa novela El edificio Yacobián (2002) de Alaa al-Aswani. Situada en la década de los 90, la novela es una gran metáfora del Egipto post Guerra del Golfo y, en concreto, de la sociedad cairota.
Si la generación que se enfrentó a los años 90 (la conocida como «La generación de los 90» y «La generación del nuevo milenio») prefirió abandonar las grandes cuestiones como la crítica política y el cuestionamiento social para centrarse en el individuo y sus derrotas, la que le siguió hizo todo lo contrario. La adolescencia de los autores de «La Nueva Novela» transcurrió en los complicados 90, El Cairo ya no era esa ciudad por la que habían paseado durante su infancia. Todo había cambiado, cualquier rastro del sistema social de Nasser había desaparecido y Egipto se había transformado en un Estado fallido. La capital del país volvió a ocupar un lugar destacado en la literatura egipcia, sobre todo tras la revolución de 2011.
Mercurio es un gran ejemplo de reflejo del estado fallido en el que se había convertido El Cairo, una ciudad brutal, extraña y deshumanizada.
Mercurio es un gran ejemplo de ello. En la novela, El Cairo se convierte en una ciudad brutal, extraña y deshumanizada, dividida en dos mitades al más puro estilo Berlín durante la Guerra Fría, pero tan caótica como la verdadera ciudad egipcia. Un reflejo de lo que significa El Cairo para sus habitantes, para toda esa generación desencantada y abandonada que ya solo puede soñar con lo que su ciudad fue y no con lo que será.