La distopía que pudo ser

Cuando se menciona el término «distopía» nuestras mentes suelen volar a futuros más o menos lejanos en los que, tras un cataclismo de proporciones monumentales, nuestro mundo ha colapsado y cambiado para siempre.

Tecnología punta con la que ahora solo podemos soñar, devastadores conflictos armados que transformaron el planeta y crisis ecológicas cada vez más cercanas son elementos que no pueden faltarle a ninguna buena distopía escrita en los últimos años. Sin embargo, nada de esto es necesario para que una obra pertenezca al género distópico.

La verdadera esencia de las distopías es mostrar un mundo imaginario, situado en el futuro, en el que las personas llevan vidas miserables, deshumanizadas y llenas de miedo , fruto de la alienación.

La esencia de las distopías es mostrar un mundo imaginario, normalmente situado en el futuro, en el que las personas llevan vidas miserables, deshumanizadas y llenas de miedo fruto de la alienación.

Teniendo esto en cuenta, ¿no es la realidad de muchos países, entre ellos Egipto, una distopía ya?

Un régimen autoritario, carente de garantías democráticas, en el que el ejército posee un poder ilimitado y las detenciones, las desapariciones, el encarcelamiento de opositores y los asesinatos extrajudiciales no provocan ya ni asombro ni conmoción en la ciudadanía.

Esta es la realidad de Egipto, donde, según la Comisión Egipcia para los Derechos y Libertades, se han dado hasta 2.723 desapariciones forzosas en el país desde 2015. Sin embargo, hay un detalle que separa la realidad egipcia de una verdadera distopía: la conciencia de la injusticia y el deseo de repararla, todavía presente en el pueblo egipcio.

Hace poco más de un año de las movilizaciones que se extendieron por varias ciudades de Egipto después de que un empresario llamado Mohamed Ali destapara cómo Al Sisi y el ejército desviaban fondos públicos para construirse palacios y hoteles. Aunque las protestas no tuvieron grandes efectos en la política del presidente más allá de intensificar la represión, demostraron que el pueblo egipcio no está conforme con la situación y que todavía tiene fuerzas para luchar contra los abusos del régimen. Esta no es la realidad que describe Mohamed Rabíe en Mercurio.

La invasión de Egipto, o el espectro de su distopía

En Mercurio, los egipcios han llegado a su límite. Ya no hay fuerzas para resistirse, para luchar ni para combatir la injusticia, solo hay hastío.

Cuando el país sufre el ataque de La Invasión, sus habitantes no hacen nada para liberarse de su yugo, ¿para qué? ¿Qué más dará un gobierno tiránico u otro? ¿Qué importa si la autoridad es extranjera o nacional? El horror y la miseria es el mismo gobierno da lo mismo quien gobierne, así que, ¿para qué intentarlo siquiera?

La alienación lleva a la total deshumanización de los habitantes de El Cairo. Escondidos tras máscaras de actores y actrices famosos, hojas de periódico o bolsas de la basura e intoxicados por la nueva droga de moda que les borra la memoria y les permite trabajar como autómatas, los cairotas viven ignorando a sus vecinos. Una existencia carente de humanidad o compasión, donde la indiferencia ante la muerte y el sufrimiento de los demás trastocará todo lo que nuestro protagonista, Ahmad Otared, creía saber.

Mercurio nos muestra la distopía que pudo ser Egipto, o en la que todavía puede convertirse. Al fin y al cabo, La Invasión no llega hasta 2022. ¿Se resistirán los egipcios o preferirán ceder a ella?

Mercurio o la derrota de la esperanza

Portada de Mercurio , nuevo libro de la colección Maktaba
Portada del nuevo libro de Mohamed Rabíe, Mercurio. Editado por Relee para su colección de éxitos de la literatura árabe actual, Maktaba.
Portada de Mercurio

La primavera árabe, una chispa de libertad

A principios de 2011 una pequeña chispa de esperanza prendió en el mundo árabe.

La desesperación que había llevado a Mohamed Bouazizi a inmolarse se transformó en rabia y ansia de justicia y de libertad. Las que parecían que serían unas simples manifestaciones aisladas se convirtieron en un terremoto que sacudió los cimientos de gobiernos hasta entonces intocables. Ben Ali, Mubarak, Gadafi, Saleh…todos fueron cayendo uno detrás de otro y el sueño de un país más justo, libre y democrático parecía estar al alcance de millones de árabes. Por desgracia, en la mayoría de los casos el sueño no tardó en revelarse como un cruel espejismo.

Túnez fue el único país que consiguió una transición pacífica (en la medida de lo posible) hacia una democracia que no ha conseguido hacer frente a los múltiples problemas del país norteafricano. Los gobiernos de Marruecos, Jordania, Omán y Baréin implantaron paquetes de reformas para satisfacer las exigencias de los manifestantes, mientras que en Argelia, Sudán, Iraq y Líbano las protestas no llevaron a cambios significativos. Libia, Siria y Yemen terminaron sumidos en guerras civiles que continúan activas hoy en día, siendo la guerra civil siria el conflicto armado con la cifra de fallecidos más alta de todo el siglo XXI y Yemen la peor crisis humanitaria del planeta.

¿Y Egipto?

Mercurio es el fruto de las esperanzas rotas, de los sueños deshechos que condujeron a una barbarie peor que la que ejercía Mubarak.

¿Puede haber un infierno peor que este?

La revolución de enero de 2011 condujo a la dimisión del presidente Hosni Mubarak el 11 de febrero, el éxtasis de la victoria y la esperanza convivían con el temor por un futuro incierto. El 21 de julio se celebraron elecciones presidenciales democráticas en las que el islamista Partido de la Libertad y la Justicia y su candidato, Mohamed Morsi, resultaron vencedores, los egipcios laicos y cristianos observaron su triunfo con recelo. Las tensiones no tardaron en estallar de nuevo, en noviembre y diciembre de 2012 las protestas volvieron a tomar la calle cuando Morsi intentó sacar adelante una ley que le otorgaría más poderes a la figura del presidente y la blindaría ante cualquier desafío legal.

Pocos meses más tarde, tras una serie de manifestaciones masivas que se sucedieron a lo largo de junio de 2013, el ejército le dio un ultimátum al gobierno. Cuando este se terminó, el ejército encabezado por al-Sisi derrocó al gobierno de Morsi dando un Golpe de Estado el 3 de julio. El sueño que había empezado en enero de 2011 desapareció.

Ya no había posibilidad de alcanzar el futuro democrático, libre y justo que tanto había anhelado el pueblo egipcio. La masacre de Rabaa del 14 de agosto, en la que murieron 904 personas según Human Rights Watch, fue un ejemplo de cómo reaccionaría el nuevo gobierno militar ante cualquier tipo de oposición. La esperanza ya no tenía lugar en la sociedad egipcia, solo el dolor, la decepción y el desaliento.

En este contexto, Mohamed Rabíe escribe su tercera novela, Mercurio. Mercurio es el fruto de las esperanzas rotas, de los sueños deshechos que condujeron a una barbarie peor que la que ejercía Mubarak. De un gobierno militar nuevo y viejo a la vez contra el que los egipcios ya no tienen ni fuerzas ni ganas para rebelarse. De una pregunta nacida de la pura desesperación: ¿puede haber un infierno peor que este?