Sobre la sangre árabe, Abderramán III y un legado oscurecido.

Moros y cristianos, culturas y religiones en la España actual


«Escucha, Miguel.
Entre la fecha de la entrada y la de la deportación se alzaron reinos y cayeron reinos, todos convivieron un tiempo y lucharon otro. Se cortaron cabezas, se desperdició sangre a veces y nos casamos y mezclamos nuestra sangre en otras ocasiones.».

De los papeles de Juan de Molina,
Tetuan 1612
73, La fortaleza de polvo

Escucha, escucha y no lo olvides, porque esta es la verdad de la historia.

Hace trece siglos la península ibérica fue invadida una vez más. En esta ocasión, los ejércitos provenían del norte de África y eran liderados por un grupo de hombres cuyo origen se encontraba aún más lejos, al este, en otra península en la que había nacido una nueva religión un siglo atrás.

Pero no eran los primeros. Los fenicios y sus descendientes los cartaginenses llegaron a nuestras costas y dominaron la mitad de la península durante más de tres siglos. Los romanos los vencieron y expandieron su territorio, gobernando Hispania seis siglos. Entonces Roma cayó y los bárbaros ocuparon su lugar. Los visigodos instauraron un reino que duró doscientos años y que terminó con la llegada de un nuevo invasor que no sería el último.



«Por encima de todo eso, Miguel, piensa como yo lo hago: ¿Hasta qué punto pertenecemos a los primeros árabes o los primeros bereberes? ¿Quién podría definir ahora qué sangre corre por nuestras venas? ¿Oyes la lengua en la que te hablo? Es el castellano. ¿Ves las costumbres y las tradiciones que sigo? Son las costumbres de la tierra en la que nacimos.».

De los papeles de Juan de Molina,
Tetuan 1609
72, La fortaleza de polvo

781 años dan para mucho. Dan para que surjan y caigan reinos varias veces. Dan para que los invasores se unan, mezclen y fusionen con los invadidos una y otra vez, hasta que no se distinga el límite entre uno y otro. Dan para que se adopten nuevos idiomas y religiones, se construyan grandes palacios, castillos y templos que quedarán para la posteridad y se escriban varias grandes obras de la literatura.

En resumen, 781 años dan para conformar un legado cultural y una identidad que trascenderá épocas y que nos marca todavía hoy.

Sin embargo, debido a la historia reciente de nuestro país, los españoles no sentimos como nuestra la época musulmana. La sentimos extranjera, extraña. Un ejército que vino, nos dominó durante unos años y luego se marchó sin dejar prácticamente rastro. Porque nosotros somos descendientes de los visigodos, aunque estos fueran tan invasores como los árabes y supusieran el 5% de la población de Hispania. Porque somos hispanos, cartaginenses o celtas, pero nunca árabes, no podemos serlo. Tampoco lo éramos, éramos andalusíes.


«No eran árabes puros. No eran castellanos puros. Eran andalusíes. El andalusismo es una tercera identidad. Una identidad que unía la pertenencia a la tierra con la pertenencia a unos orígenes lejanos. Unía la identidad del clima y las tradiciones a la de la religión. ¿Es la religión parte de la identidad también? No en su significado litúrgico, pero sí en su profundidad cultural. Pienso que los castellanos, aragoneses o valencianos no echaron a los árabes el día de su expulsión, sino que echaron a castellanos, aragoneses o valencianos como ellos. Se echaron a sí mismos. La andalusí, como cualquier identidad, se compone de lengua, cultura y raíces. La andalusí es como un saco que suma en su profundidad religión musulmana, lengua española y mezcla de dos culturas.».

Pag 120 . La fortaleza de polvo

 En las últimas semanas se ha publicado un estudio que anunció como primicia un hecho sabido por cualquier historiador o arabista: la huella genética dejada por los árabes y bereberes en España es mínima. Historiadores y arabistas indicaron este hecho cuando Jesús García Royo, concejal de Vox del municipio aragonés de Cadrete y primer teniente de alcalde, ordenó la retirada de la estatua de Abderramán III de la plaza de Aragón. Los expertos recordaron que el primer califa de Al-Ándalus, de madre vascona, era más hispano que los propios reyes visigodos.

Pero esto no va del porcentaje de sangre hispana o extranjera que tengamos nosotros o uno de los reyes más importantes de nuestra historia. Esto va de un legado cultural que nunca se nos ha enseñado a entender como propio. Porque, por mucho que apreciemos y admiremos los reinos musulmanes de la España medieval (ya fueran árabes o bereberes) nunca sentiremos que fueron realmente nuestros reinos, sino territorios dominados por gobernantes extranjeros a los que tarde o temprano echamos. Quizás, algún día, veremos a la taifa de Sevilla o al reino nazarí de Granada como reinos tan españoles como el de Castilla o el de Aragón que, en un momento dado, fueron conquistados por otros reinos con una religión distinta que terminó prevaleciendo.

Fragmentos de la novela La fortaleza de polvo, de Ahmad Abdulatif.