Quién se habría imaginado que, unos años después, yo estaría traduciendo y publicando esa misma novela que Ahmad escribía entre clases y viajes.
Lo he comentado en las presentaciones, pero lo repito una vez más: me alegra mucho que “La fortaleza de polvo” sea la primera novela que he traducido entera y publicado. Me alegra porque es una novela de Ahmad, a quien valoro y aprecio tanto como amigo como escritor. Pero, sobre todo, me alegra porque he tenido la oportunidad de trabajar con él y la experiencia ha sido más que positiva para mí.
Una traducción es siempre una adaptación y no todos los autores llevan bien que su obra se modifique. La ventaja de la traducción es que, por lo general, no te arriesgas a tener al autor del original clamando por el desastre en el que has convertido su obra ya que no suelen conocer la lengua de llegada, solo la de partida. En mi caso, yo no contaba con ese hándicap porque Ahmad habla y lee perfectamente español, pero eso no solo no me preocupaba, sino que era un alivio para mí.

“¿Qué mejor crítico para una traducción que el autor del original?”, pensaba.
Desde el principio, Ahmad insistió en que la traducción era mi obra propia y que él no tenía ninguna autoridad sobre ella. Imagino que su actitud abierta y humilde tiene mucho que ver con el hecho de que él mismo es traductor (en su caso del español al árabe) y, a diferencia del resto de escritores con los que no compartimos profesión, es muy consciente de las dificultades y peculiaridades que tiene traducir una novela. Aún así, se prestó a ayudarme y resolver todas las dudas que tenía.
Las primeras dudas eran de vocabulario, pero pronto surgieron los verdaderos problemas, las cuestiones a las que les di vueltas durante días y días. Dudas sobre personajes históricos mencionados en la novela, sobre sucesos, sobre costumbres que un lector no árabe no entendería… ¿Cómo transmitirle al público español la información que el público árabe recibe al leer el nombre del maestro sufí Ahmad ibn Ata Allah? ¿Cómo explicar algo tan básico para un árabe como su propio sistema patronímico?
Otra de las cuestiones que más me preocupaba era el estilo. Aquellos que hayan leído “La fortaleza de polvo” sabrán que Ahmad escribe con un estilo tan particular como trabajado y me preocupaba especialmente ser capaz de trasladarlo a la traducción. Le pregunté en varias ocasiones qué opinaba sobre el estilo, cómo veía la traducción, si quería cambiar algo, y su respuesta siempre era la misma: “La traducción es tu obra, no la mía, y yo no puedo meterme en ella”. Al final, después de insistirle un poco, me decía que el estilo estaba bien captado y que no me preocupase por ello, ya que no había nada que cambiar.
Por todo esto, traducir “La fortaleza de polvo” y trabajar con Ahmad ha sido una gran alegría para mí. No creo que la mayoría de los traductores hayan tenido la oportunidad de colaborar con un autor tan amable y dispuesto a ayudar como yo y sé que en futuras ocasiones mi experiencia será muy distinta a esta, así que, por todo esto:
¡ Muchas gracias, Ahmad!