
La primavera árabe, una chispa de libertad
A principios de 2011 una pequeña chispa de esperanza prendió en el mundo árabe.
La desesperación que había llevado a Mohamed Bouazizi a inmolarse se transformó en rabia y ansia de justicia y de libertad. Las que parecían que serían unas simples manifestaciones aisladas se convirtieron en un terremoto que sacudió los cimientos de gobiernos hasta entonces intocables. Ben Ali, Mubarak, Gadafi, Saleh…todos fueron cayendo uno detrás de otro y el sueño de un país más justo, libre y democrático parecía estar al alcance de millones de árabes. Por desgracia, en la mayoría de los casos el sueño no tardó en revelarse como un cruel espejismo.
Túnez fue el único país que consiguió una transición pacífica (en la medida de lo posible) hacia una democracia que no ha conseguido hacer frente a los múltiples problemas del país norteafricano. Los gobiernos de Marruecos, Jordania, Omán y Baréin implantaron paquetes de reformas para satisfacer las exigencias de los manifestantes, mientras que en Argelia, Sudán, Iraq y Líbano las protestas no llevaron a cambios significativos. Libia, Siria y Yemen terminaron sumidos en guerras civiles que continúan activas hoy en día, siendo la guerra civil siria el conflicto armado con la cifra de fallecidos más alta de todo el siglo XXI y Yemen la peor crisis humanitaria del planeta.
¿Y Egipto?
Mercurio es el fruto de las esperanzas rotas, de los sueños deshechos que condujeron a una barbarie peor que la que ejercía Mubarak.
¿Puede haber un infierno peor que este?
La revolución de enero de 2011 condujo a la dimisión del presidente Hosni Mubarak el 11 de febrero, el éxtasis de la victoria y la esperanza convivían con el temor por un futuro incierto. El 21 de julio se celebraron elecciones presidenciales democráticas en las que el islamista Partido de la Libertad y la Justicia y su candidato, Mohamed Morsi, resultaron vencedores, los egipcios laicos y cristianos observaron su triunfo con recelo. Las tensiones no tardaron en estallar de nuevo, en noviembre y diciembre de 2012 las protestas volvieron a tomar la calle cuando Morsi intentó sacar adelante una ley que le otorgaría más poderes a la figura del presidente y la blindaría ante cualquier desafío legal.
Pocos meses más tarde, tras una serie de manifestaciones masivas que se sucedieron a lo largo de junio de 2013, el ejército le dio un ultimátum al gobierno. Cuando este se terminó, el ejército encabezado por al-Sisi derrocó al gobierno de Morsi dando un Golpe de Estado el 3 de julio. El sueño que había empezado en enero de 2011 desapareció.
Ya no había posibilidad de alcanzar el futuro democrático, libre y justo que tanto había anhelado el pueblo egipcio. La masacre de Rabaa del 14 de agosto, en la que murieron 904 personas según Human Rights Watch, fue un ejemplo de cómo reaccionaría el nuevo gobierno militar ante cualquier tipo de oposición. La esperanza ya no tenía lugar en la sociedad egipcia, solo el dolor, la decepción y el desaliento.
En este contexto, Mohamed Rabíe escribe su tercera novela, Mercurio. Mercurio es el fruto de las esperanzas rotas, de los sueños deshechos que condujeron a una barbarie peor que la que ejercía Mubarak. De un gobierno militar nuevo y viejo a la vez contra el que los egipcios ya no tienen ni fuerzas ni ganas para rebelarse. De una pregunta nacida de la pura desesperación: ¿puede haber un infierno peor que este?