El Cairo en la novela egipcia, del realismo al símbolo

El Cairo, Mercurio y la novela egipcia

Cuando se piensa en literatura árabe desde Occidente, lo primero que se nos viene a la mente son «Las mil y una noches». Nos imaginamos cuentacuentos errantes, narrando sus historias en las plazas, cautivando al público con fantasiosas aventuras. Suponemos que la sensibilidad árabe está íntimamente ligada a la narrativa y los relatos, pero nada más alejado de la realidad.

La narrativa es un género menor en la literatura árabe frente a la poesía que goza de un gran arraigo popular

El género por antonomasia de la literatura árabe es la poesía. Su sonoridad, su ritmo y su retórica atraen a hombres y mujeres de todas las clases sociales y niveles culturales aún hoy en día. En comparación, la narrativa es un género menor que solo ahora está empezando a tener el mismo reconocimiento que la poesía.

El lento desarrollo de la novela árabe

Por ello, no es de extrañar que el desarrollo de la novela árabe moderna fuera lento. Zaynab (1913), de Muhamad Hussein Haykal, es considerada la primera novela árabe (egipcia, en concreto) que fue más allá de imitar a las europeas. Sin embargo, la primera gran obra narrativa de la Nahda (renacimiento cultural contemporáneo árabe) fue Los días, del gran pensador e intelectual egipcio Taha Hussein. Los tres volúmenes, publicados entre 1926 y 1967, narran la vida del propio autor, desde su niñez en el Egipto rural hasta cuando se convierte en profesor de la Universidad de El Cairo. En esta obra, la capital del país solo aparece como el escenario en el que se desarrolla parte de la acción, como sus estudios universitarios y su rebelión contra los profesores y las tradiciones de Al-Azhar, y carece de protagonismo alguno.

El Cairo tampoco tiene relevancia en otra de las primeras grandes novelas egipcias, Diario de un fiscal rural (1937), de Tawfiq al-Hakim, situada en el campo y, al igual que Los días, basada en las experiencias reales del autor. Sería el gran novelista y ganador del Premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz (1991-2006) quien no solo situaría varias de sus novelas más famosas en la capital egipcia, sino que le otorgaría a El Cairo la importancia que merece.

Entre 1945 y 1957 las novelas de Mahfuz se centraron en El Cairo contemporáneo, haciendo una completa radiografía de la ciudad y de sus habitantes desde las clases populares hasta la burguesía. Jan al-Jalili, El callejón de los milagros y la Trilogía de El Cairo nos muestran la capital de Egipto en todo su esplendor, con sus luces y sus sombras y sus habitantes más típicos y reconocibles junto con sus sueños, esperanzas y fracasos. El Cairo está presente también en su novela Hijos de nuestro barrio (1959), aunque esta es el preludio del avance de Mahfuz hacia una obra menos centrada en representar la realidad social.

La generación de novelistas egipcios de los años 60 se caracterizó por el escepticismo político, la ironía y la crítica social, dejando de lado la ciudad de El Cairo.

Durante los años siguientes, las generaciones de novelistas egipcios que vinieron no le prestaron demasiada atención a El Cairo. Por ejemplo, la generación de los 60, caracterizada por el escepticismo político, la ironía y la crítica social, así como una gran combatividad y compromiso con su sociedad, prefirió utilizar como escenario un ambiente que conocían bien: la cárcel.

En 1990 la situación política y social de Egipto era crítica. La explosión demográfica y el paro empujaron a millones de habitantes de las zonas rurales a la ciudad en búsqueda de trabajo, alrededor de El Cairo surgieron barrios de chabolas ocupadas por migrantes del campo (los llamados «saidíes») y la ciudad se masificó. Este proceso aparece reflejado en la famosa novela El edificio Yacobián (2002) de Alaa al-Aswani. Situada en la década de los 90, la novela es una gran metáfora del Egipto post Guerra del Golfo y, en concreto, de la sociedad cairota.

Si la generación que se enfrentó a los años 90 (la conocida como «La generación de los 90» y «La generación del nuevo milenio») prefirió abandonar las grandes cuestiones como la crítica política y el cuestionamiento social para centrarse en el individuo y sus derrotas, la que le siguió hizo todo lo contrario. La adolescencia de los autores de «La Nueva Novela» transcurrió en los complicados 90, El Cairo ya no era esa ciudad por la que habían paseado durante su infancia. Todo había cambiado, cualquier rastro del sistema social de Nasser había desaparecido y Egipto se había transformado en un Estado fallido. La capital del país volvió a ocupar un lugar destacado en la literatura egipcia, sobre todo tras la revolución de 2011.

Mercurio es un gran ejemplo de reflejo del estado fallido en el que se había convertido El Cairo, una ciudad brutal, extraña y deshumanizada.

Mercurio es un gran ejemplo de ello. En la novela, El Cairo se convierte en una ciudad brutal, extraña y deshumanizada, dividida en dos mitades al más puro estilo Berlín durante la Guerra Fría, pero tan caótica como la verdadera ciudad egipcia. Un reflejo de lo que significa El Cairo para sus habitantes, para toda esa generación desencantada y abandonada que ya solo puede soñar con lo que su ciudad fue y no con lo que será.

Mohamed Rabíe, autor de Mercurio

Autor de Mercurio

Egipto como inspiración

Como para muchos escritores, la realidad es una constante fuente de inspiración para Mohamed Rabíe.

Como novelista, el autor egipcio está fascinado por diversas áreas de la experiencia humana, pero hay un asunto que le obsesiona en especial: la relación entre Egipto y su gobierno dictatorial.

Aunque presente a lo largo de toda su obra, Rabíe lo convirtió en uno de los ejes centrales de su novela más famosa, Mercurio, donde la propia esperanza por un mundo mejor que sintieron los egipcios en 2011 se transforma en herramienta de tortura.

Autor de Mercurio
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Del espionaje y la ciencia ficción a los clásicos egipcios

La literatura siempre ha formado parte en la vida de Mohamed Rabíe (El Cairo, 1978). Ya en su juventud le atraparon las aventuras narradas en las famosas series de novelas Ragol Al Mostaheel (El hombre de lo imposible) y Malaf Al Mostakbal (Los archivos del futuro). El espionaje de alto nivel y la ciencia ficción poblaron la mente infantil de Rabíe, pero al crecer fue abandonando para volverse hacia los grandes clásicos de la narrativa egipcia. Taha Hussein, Naguib Mahfuz y Tawfiq Al-Hakim se convirtieron en sus autores de cabecera, acompañados de los escritores egipcios y árabes más contemporáneos y de la literatura extranjera traducida al árabe.

Empezó a escribir a los 15 años, pero solo para sí mismo. Por aquel entonces le bastaba con escribir por escribir, luego abandonaba el texto resultante y se olvidaba de él. Durante mucho tiempo no se imaginó viviendo de la literatura, así que estudió ingeniería civil en la Universidad de El Cairo, graduándose en 2002. Trabajó once años como ingeniero, no lo dejó hasta 2013, cuando ya había publicado sus dos primeras novelas.

La primera, Planeta ámbar, marcó un antes y un después en su vida. Publicada en 2010, le hizo merecedor del Premio Cultural Sawiris en la categoría de Escritores emergentes del año 2011. Ganar este premio fue toda una sorpresa para él, una victoria totalmente inesperada que tuvo un gran impacto en su camino como escritor.

En 2012 publicó su siguiente novela, El año del dragón, y participó en el Premio Internacional de Ficción Árabe Nadwa, unos talleres dirigidos por escritores consagrados en los que participa un número reducido de prometedores y jóvenes autores árabes.

Rabíe volcó en Mercurio toda su frustración y sus temores, dando como resultado una obra en la que la fantasía política y el pesimismo filosófico se conjugan para mostrarnos un escenario todavía posible para el futuro de Egipto.

En 2013, coincidiendo con el fracaso de la revolución egipcia, Rabíe cambió de carrera y empezó a trabajar como editor en las editoriales Dar al-Tanwir y Al-Karma, localizadas ambas en El Cairo. Aunque su vida profesional estaba dando un giro interesante, no se podía decir lo mismo del país. El descalabro de 2013 empujó a Rabíe a escribir su tercera novela, Mercurio (2015). Por aquel entonces seguía las noticias día tras día, todos los incidentes y sucesos. No tardó en darse cuenta de que las cosas iban a peor y su mente empezó a imaginar cómo sería Egipto en el futuro, hacia dónde llevarían todas las desgracias que estaban viviendo. Aquel fue el germen de Mercurio.

Nunca le preocupó demasiado la posible reacción del gobierno ni enfrentarse a la censura, pues es de la opinión de que al gobierno egipcio no parecen interesarle en absoluto los libros, y menos todavía en aquel momento tan crítico. Rabíe volcó en Mercurio toda su frustración y sus temores, dando como resultado una obra en la que la fantasía política y el pesimismo filosófico se conjugan para mostrarnos un escenario todavía posible para el futuro de Egipto.

En 2016, Mercurio fue finalista en la lista corta del prestigioso Premio de Narrativa Árabe otorgado por Emiratos Árabes Unidos.

En enero de 2020, Rabíe se mudó a Berlín, donde trabaja en una librería árabe al mismo tiempo que continúa su trayectoria literaria.

En enero de 2020 publicó también su 4ª novela, Historia de los dioses de Egipto, y sabemos que no será la última, pues Rabíe ya está trabajando en su siguiente obra.

La distopía que pudo ser

Cuando se menciona el término «distopía» nuestras mentes suelen volar a futuros más o menos lejanos en los que, tras un cataclismo de proporciones monumentales, nuestro mundo ha colapsado y cambiado para siempre.

Tecnología punta con la que ahora solo podemos soñar, devastadores conflictos armados que transformaron el planeta y crisis ecológicas cada vez más cercanas son elementos que no pueden faltarle a ninguna buena distopía escrita en los últimos años. Sin embargo, nada de esto es necesario para que una obra pertenezca al género distópico.

La verdadera esencia de las distopías es mostrar un mundo imaginario, situado en el futuro, en el que las personas llevan vidas miserables, deshumanizadas y llenas de miedo , fruto de la alienación.

La esencia de las distopías es mostrar un mundo imaginario, normalmente situado en el futuro, en el que las personas llevan vidas miserables, deshumanizadas y llenas de miedo fruto de la alienación.

Teniendo esto en cuenta, ¿no es la realidad de muchos países, entre ellos Egipto, una distopía ya?

Un régimen autoritario, carente de garantías democráticas, en el que el ejército posee un poder ilimitado y las detenciones, las desapariciones, el encarcelamiento de opositores y los asesinatos extrajudiciales no provocan ya ni asombro ni conmoción en la ciudadanía.

Esta es la realidad de Egipto, donde, según la Comisión Egipcia para los Derechos y Libertades, se han dado hasta 2.723 desapariciones forzosas en el país desde 2015. Sin embargo, hay un detalle que separa la realidad egipcia de una verdadera distopía: la conciencia de la injusticia y el deseo de repararla, todavía presente en el pueblo egipcio.

Hace poco más de un año de las movilizaciones que se extendieron por varias ciudades de Egipto después de que un empresario llamado Mohamed Ali destapara cómo Al Sisi y el ejército desviaban fondos públicos para construirse palacios y hoteles. Aunque las protestas no tuvieron grandes efectos en la política del presidente más allá de intensificar la represión, demostraron que el pueblo egipcio no está conforme con la situación y que todavía tiene fuerzas para luchar contra los abusos del régimen. Esta no es la realidad que describe Mohamed Rabíe en Mercurio.

La invasión de Egipto, o el espectro de su distopía

En Mercurio, los egipcios han llegado a su límite. Ya no hay fuerzas para resistirse, para luchar ni para combatir la injusticia, solo hay hastío.

Cuando el país sufre el ataque de La Invasión, sus habitantes no hacen nada para liberarse de su yugo, ¿para qué? ¿Qué más dará un gobierno tiránico u otro? ¿Qué importa si la autoridad es extranjera o nacional? El horror y la miseria es el mismo gobierno da lo mismo quien gobierne, así que, ¿para qué intentarlo siquiera?

La alienación lleva a la total deshumanización de los habitantes de El Cairo. Escondidos tras máscaras de actores y actrices famosos, hojas de periódico o bolsas de la basura e intoxicados por la nueva droga de moda que les borra la memoria y les permite trabajar como autómatas, los cairotas viven ignorando a sus vecinos. Una existencia carente de humanidad o compasión, donde la indiferencia ante la muerte y el sufrimiento de los demás trastocará todo lo que nuestro protagonista, Ahmad Otared, creía saber.

Mercurio nos muestra la distopía que pudo ser Egipto, o en la que todavía puede convertirse. Al fin y al cabo, La Invasión no llega hasta 2022. ¿Se resistirán los egipcios o preferirán ceder a ella?

Mercurio o la derrota de la esperanza

Portada de Mercurio , nuevo libro de la colección Maktaba
Portada del nuevo libro de Mohamed Rabíe, Mercurio. Editado por Relee para su colección de éxitos de la literatura árabe actual, Maktaba.
Portada de Mercurio

La primavera árabe, una chispa de libertad

A principios de 2011 una pequeña chispa de esperanza prendió en el mundo árabe.

La desesperación que había llevado a Mohamed Bouazizi a inmolarse se transformó en rabia y ansia de justicia y de libertad. Las que parecían que serían unas simples manifestaciones aisladas se convirtieron en un terremoto que sacudió los cimientos de gobiernos hasta entonces intocables. Ben Ali, Mubarak, Gadafi, Saleh…todos fueron cayendo uno detrás de otro y el sueño de un país más justo, libre y democrático parecía estar al alcance de millones de árabes. Por desgracia, en la mayoría de los casos el sueño no tardó en revelarse como un cruel espejismo.

Túnez fue el único país que consiguió una transición pacífica (en la medida de lo posible) hacia una democracia que no ha conseguido hacer frente a los múltiples problemas del país norteafricano. Los gobiernos de Marruecos, Jordania, Omán y Baréin implantaron paquetes de reformas para satisfacer las exigencias de los manifestantes, mientras que en Argelia, Sudán, Iraq y Líbano las protestas no llevaron a cambios significativos. Libia, Siria y Yemen terminaron sumidos en guerras civiles que continúan activas hoy en día, siendo la guerra civil siria el conflicto armado con la cifra de fallecidos más alta de todo el siglo XXI y Yemen la peor crisis humanitaria del planeta.

¿Y Egipto?

Mercurio es el fruto de las esperanzas rotas, de los sueños deshechos que condujeron a una barbarie peor que la que ejercía Mubarak.

¿Puede haber un infierno peor que este?

La revolución de enero de 2011 condujo a la dimisión del presidente Hosni Mubarak el 11 de febrero, el éxtasis de la victoria y la esperanza convivían con el temor por un futuro incierto. El 21 de julio se celebraron elecciones presidenciales democráticas en las que el islamista Partido de la Libertad y la Justicia y su candidato, Mohamed Morsi, resultaron vencedores, los egipcios laicos y cristianos observaron su triunfo con recelo. Las tensiones no tardaron en estallar de nuevo, en noviembre y diciembre de 2012 las protestas volvieron a tomar la calle cuando Morsi intentó sacar adelante una ley que le otorgaría más poderes a la figura del presidente y la blindaría ante cualquier desafío legal.

Pocos meses más tarde, tras una serie de manifestaciones masivas que se sucedieron a lo largo de junio de 2013, el ejército le dio un ultimátum al gobierno. Cuando este se terminó, el ejército encabezado por al-Sisi derrocó al gobierno de Morsi dando un Golpe de Estado el 3 de julio. El sueño que había empezado en enero de 2011 desapareció.

Ya no había posibilidad de alcanzar el futuro democrático, libre y justo que tanto había anhelado el pueblo egipcio. La masacre de Rabaa del 14 de agosto, en la que murieron 904 personas según Human Rights Watch, fue un ejemplo de cómo reaccionaría el nuevo gobierno militar ante cualquier tipo de oposición. La esperanza ya no tenía lugar en la sociedad egipcia, solo el dolor, la decepción y el desaliento.

En este contexto, Mohamed Rabíe escribe su tercera novela, Mercurio. Mercurio es el fruto de las esperanzas rotas, de los sueños deshechos que condujeron a una barbarie peor que la que ejercía Mubarak. De un gobierno militar nuevo y viejo a la vez contra el que los egipcios ya no tienen ni fuerzas ni ganas para rebelarse. De una pregunta nacida de la pura desesperación: ¿puede haber un infierno peor que este?

Moriscos:¿una identidad perdida?

Escena de la expulsión de los moriscos
La expulsión de los moriscos de Gabriel Puig de Roda
La expulsión de los moriscos de Gabriel Puig de Roda

«—En el año 1992 el parlamento español aprobó la propuesta de ley que le concedía a los judíos sefardíes expulsados de España en el año 1492 el derecho a volver a ella y de disfrutar de la nacionalidad española.

—¿Y los moriscos?

—¿Y los moriscos qué?»

Pag 114. La fortaleza de polvo.

El reconocimiento de una nacionalidad por ley

Aunque la Ley 12/2015, de 24 de junio, en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España no se aprobó en 1992 como se dice en la novela, sino en el año 2015, su contenido es el mismo. En ella se establecieron una serie de mecanismos y requisitos mediante los cuales los judíos sefardíes descendientes de aquellos que fueron expulsados en 1492 podrían solicitar la nacionalidad española sin perder, además, la nacionalidad que ostentaban previamente.

No nos equivoquemos, el procedimiento no es ni sencillo, ni barato. Hoy en día, a pocos meses de que se agote la vigencia de la ley, algunos medios hablan de absoluto fracaso ante las cifras de sefardíes que han conseguido la nacionalidad, que no llegan a los 4.000. Quedan otros 5.682 expedientes en trámite. Además de ellos, 4.522 sefardíes adquirieron la nacionalidad española bajo el amparo de dos decretos de 2015 y 2016, ya que no les exigían los mismos requisitos y pruebas que la Ley 12/2015.

Si para los sefardíes es complicado conseguir la nacionalidad española y obtener el reconocimiento de sus derechos, para los moriscos es imposible. Incluso la primera ley destinada a otorgarle la nacionalidad española a «antiguos protegidos españoles o descendientes de éstos y, en general, a los individuos pertenecientes a familias de origen español que en alguna ocasión han sido inscritas en registros españoles y estos elementos hispanos, con sentimientos arraigados de amor a España, por desconocimiento de la ley y por otras causas ajenas a su voluntad de ser españoles, no han logrado obtener nuestra nacionalidad» estaba destinado exclusivamente a los sefardíes, incluso aunque no se les mencionara explícitamente en el Real Decreto del 20 de diciembre de 1924, ley de la que proviene este extracto. 

Pero ¿por qué? ¿Qué motivo hay para negarles siquiera la posibilidad?

Los ministerios de Justicia y de Asuntos Exteriores arguyeron en su momento que los moriscos habían perdido cualquier vínculo cultural y lingüístico con España, mientras que los sefardíes habían mantenido rasgos que los diferenciaban de los demás y los anclaban a España. La realidad es otra.

Los moriscos son plenamente consciente de sus raíces y así lo han plasmado durante años en las ciudades donde fundaron barrios como Al-Ayun.

Lo cierto es que los descendientes de moriscos son, en su gran mayoría, plenamente conscientes de sus raíces. Familias enteras de Rabat, Fez o Tánger conservan las tradiciones musicales, culinarias y arquitectónicas de la tierra que dejaron y saben más de España que sus compatriotas sefardíes en Estambul o Nueva York. Los moriscos construyeron barrios enteros de ciudades como Tetuán, donde fundaron el barrio de Al-Ayun, y pueblos como Testour (Túnez), donde se siguió hablando castellano durante 150 años. En la Gran Mezquita del pueblo, construida en 1630, hay un reloj ubicado entre dos torres octogonales; este reloj tiene los números colocados de espaldas, expresando el deseo de los fundadores de hacer retroceder el tiempo y volver a las épocas felices en que vivían en Al-Ándalus. Además, en el lado oriental hay dos Estrellas de David como símbolo de la convivencia entre musulmanes y judíos, pues a Testour también fueron a parar muchos sefardíes.

Si hubiera voluntad política, los descendientes de los moriscos estarían tan en condiciones de probar que lo son como los de los sefardíes y podrían cumplir todos los requisitos que exige la Ley 12/2015. Para los miles de De Molina (la familia morisca protagonista de La fortaleza de polvo) en busca de su identidad impregnada de Al-Ándalus, de esa tierra de la que fueron expulsados, sería un gran alivio verse reconocidos a nivel institucional, que alguien admitiera públicamente que su expulsión fue un error tan grave como la de los judíos.

Entonces, ¿los moriscos qué?

«Cuando las fuerzas coloniales españolas llegaron a Tetuán en la segunda mitad del siglo XIX las tropas se sorprendieron porque los habitantes hablaban en castellano antiguo. Al principio pensaron que habían aprendido algunas palabras extranjeras para adularles. Aun así, comprendieron con el paso de los días que la lengua materna de los habitantes era el castellano, aunque era la lengua del siglo xvi. Cuando se dirigieron a los líderes para preguntarles sobre el asunto no hallaron respuesta. Y cuando se dirigieron a los líderes para preguntarles, la respuesta fue tajante: «El castellano es nuestra lengua porque somos andalusíes. ¿Recordáis la expulsión de los moriscos en 1609? Los moriscos somos nosotros. Aquí vivimos desde aquel día y no conocemos otra lengua».»

Pag 167. La fortaleza de polvo.

Sobre la sangre árabe, Abderramán III y un legado oscurecido.

Moros y cristianos, culturas y religiones en la España actual


«Escucha, Miguel.
Entre la fecha de la entrada y la de la deportación se alzaron reinos y cayeron reinos, todos convivieron un tiempo y lucharon otro. Se cortaron cabezas, se desperdició sangre a veces y nos casamos y mezclamos nuestra sangre en otras ocasiones.».

De los papeles de Juan de Molina,
Tetuan 1612
73, La fortaleza de polvo

Escucha, escucha y no lo olvides, porque esta es la verdad de la historia.

Hace trece siglos la península ibérica fue invadida una vez más. En esta ocasión, los ejércitos provenían del norte de África y eran liderados por un grupo de hombres cuyo origen se encontraba aún más lejos, al este, en otra península en la que había nacido una nueva religión un siglo atrás.

Pero no eran los primeros. Los fenicios y sus descendientes los cartaginenses llegaron a nuestras costas y dominaron la mitad de la península durante más de tres siglos. Los romanos los vencieron y expandieron su territorio, gobernando Hispania seis siglos. Entonces Roma cayó y los bárbaros ocuparon su lugar. Los visigodos instauraron un reino que duró doscientos años y que terminó con la llegada de un nuevo invasor que no sería el último.



«Por encima de todo eso, Miguel, piensa como yo lo hago: ¿Hasta qué punto pertenecemos a los primeros árabes o los primeros bereberes? ¿Quién podría definir ahora qué sangre corre por nuestras venas? ¿Oyes la lengua en la que te hablo? Es el castellano. ¿Ves las costumbres y las tradiciones que sigo? Son las costumbres de la tierra en la que nacimos.».

De los papeles de Juan de Molina,
Tetuan 1609
72, La fortaleza de polvo

781 años dan para mucho. Dan para que surjan y caigan reinos varias veces. Dan para que los invasores se unan, mezclen y fusionen con los invadidos una y otra vez, hasta que no se distinga el límite entre uno y otro. Dan para que se adopten nuevos idiomas y religiones, se construyan grandes palacios, castillos y templos que quedarán para la posteridad y se escriban varias grandes obras de la literatura.

En resumen, 781 años dan para conformar un legado cultural y una identidad que trascenderá épocas y que nos marca todavía hoy.

Sin embargo, debido a la historia reciente de nuestro país, los españoles no sentimos como nuestra la época musulmana. La sentimos extranjera, extraña. Un ejército que vino, nos dominó durante unos años y luego se marchó sin dejar prácticamente rastro. Porque nosotros somos descendientes de los visigodos, aunque estos fueran tan invasores como los árabes y supusieran el 5% de la población de Hispania. Porque somos hispanos, cartaginenses o celtas, pero nunca árabes, no podemos serlo. Tampoco lo éramos, éramos andalusíes.


«No eran árabes puros. No eran castellanos puros. Eran andalusíes. El andalusismo es una tercera identidad. Una identidad que unía la pertenencia a la tierra con la pertenencia a unos orígenes lejanos. Unía la identidad del clima y las tradiciones a la de la religión. ¿Es la religión parte de la identidad también? No en su significado litúrgico, pero sí en su profundidad cultural. Pienso que los castellanos, aragoneses o valencianos no echaron a los árabes el día de su expulsión, sino que echaron a castellanos, aragoneses o valencianos como ellos. Se echaron a sí mismos. La andalusí, como cualquier identidad, se compone de lengua, cultura y raíces. La andalusí es como un saco que suma en su profundidad religión musulmana, lengua española y mezcla de dos culturas.».

Pag 120 . La fortaleza de polvo

 En las últimas semanas se ha publicado un estudio que anunció como primicia un hecho sabido por cualquier historiador o arabista: la huella genética dejada por los árabes y bereberes en España es mínima. Historiadores y arabistas indicaron este hecho cuando Jesús García Royo, concejal de Vox del municipio aragonés de Cadrete y primer teniente de alcalde, ordenó la retirada de la estatua de Abderramán III de la plaza de Aragón. Los expertos recordaron que el primer califa de Al-Ándalus, de madre vascona, era más hispano que los propios reyes visigodos.

Pero esto no va del porcentaje de sangre hispana o extranjera que tengamos nosotros o uno de los reyes más importantes de nuestra historia. Esto va de un legado cultural que nunca se nos ha enseñado a entender como propio. Porque, por mucho que apreciemos y admiremos los reinos musulmanes de la España medieval (ya fueran árabes o bereberes) nunca sentiremos que fueron realmente nuestros reinos, sino territorios dominados por gobernantes extranjeros a los que tarde o temprano echamos. Quizás, algún día, veremos a la taifa de Sevilla o al reino nazarí de Granada como reinos tan españoles como el de Castilla o el de Aragón que, en un momento dado, fueron conquistados por otros reinos con una religión distinta que terminó prevaleciendo.

Fragmentos de la novela La fortaleza de polvo, de Ahmad Abdulatif.

5 novelistas egipcios que no te puedes perder

5 escritores egipcios de la narrativa contemporánea: Nora Amin, Adel Esmat, Ahmad Abdulatiff, Miral El Tahawy, Ezzat el Kamawi

Hoy quería hablaros de cinco novelistas egipcios contemporáneos que no os podéis perder si os interesa la literatura árabe. Algunos ya tienen obras traducidas al castellano, otros están en nuestra lista de deseos, ¡así que estad atentos porque pronto tendremos novedades!

La narrativa árabe contemporánea a orillas del Nilo

Estos autores pertenecen a una de las últimas generaciones de novelistas egipcios, pero antes de ellos ha habido muchos más. La narrativa árabe contemporánea comenzó en el país del Nilo a principios del siglo pasado, con la publicación de la novela Zaynab, de Muhammad Hussein Haykal, en 1913. Fue la primera novela egipcia y árabe moderna, seguía el modelo de la literatura occidental y estaba fuertemente influenciada por el Romanticismo. Aun así, el primer gran novelista de Egipto y el mundo árabe, líder de la Nahda (movimiento de renovación cultural árabe) y del movimiento modernista en Oriente Medio fue Taha Hussein; su novela autobiográfica Los días es una de las obras cumbre de la narrativa árabe. Taha Hussein nunca ganó el premio Nobel de Literatura (aunque estuvo nominado hasta en catorce ocasiones), pero sí lo hizo su compatriota Naguib Mahfuz en 1988. La obra de Mahfuz es extremadamente extensa (fue un autor prolífico que escribió más de cuarenta novelas) y consta de varias etapas, pero destacó sobre todo por representar la realidad cairota en novelas como El callejón de los milagros, Jan al-Jalili o la Trilogía de El Cairo.

Desde Naguib Mahfuz la narrativa árabe ha cambiado, ha adoptado nuevas corrientes y estilos hasta llegar al presente, donde la estética es una de las principales preocupaciones de los autores. Los novelistas egipcios actuales se han distanciado de la realidad y se han esforzado por rescatar el rico legado cultural árabe en su vertiente más pura y carente de ideología, como por ejemplo el sufismo. Aun así, la modernidad sigue influyendo en ellos a través del cine, el teatro y la música, lo cual se refleja en su obra.

5 escritores de la literatura árabe actual

A continuación, nuestros cinco autores seleccionados.

Nora Amin

Nora Amin (نورا أمين) nació en 1970 en El Cairo. Estudió Literatura Comparada en un la Universidad de El Cairo, graduándose en 1992. Trabajó en la Academia de las Artes siendo actriz de teatro y como traductora, traduciendo varias obras del francés y el inglés al árabe.

Amin ha escrito teatro, relatos y varias novelas entre las que se encuentran La segunda muerte del relojero (2003) y Una camisa rosa vacía (2005). Además de su labor como novelista, traductora y actriz, Amin trabaja como crítica literaria para el periódico egipcio Al Ahali y la revista mensual Al-Hilal, una de las revistas culturales más antiguas del mundo árabe.

Adel Esmat

Adel Esmat (عادل عصمت) nació en 1959 en la ciudad de Tanta, Egipto. Estudió filosofía en la Universidad de Ain Shams, graduándose en 1984, para luego especializarse en biblioteconomía dos años después en la Universidad de Tanta. Trabaja como bibliotecario en el Ministerio de Educación al mismo tiempo que se dedica a la literatura.

Las obras de Esmat han recibido varios premios, su novela Los días de las ventanas azules (2009) ganó el Premio Estatal para el Incentivo de la Novela de 2011, mientras que Historias de Yusuf Tadros (2015) fue galardonada con la Medalla Naguib Mahfouz en 2016 y traducida al inglés. Su última novela, Los mandamientos, fue finalista en la lista corta del prestigioso Premio de Narrativa Árabe otorgado por Emiratos Árabes Unidos.

Ahmad Abdulatif

Ahmad Abdulatif nació en El Cairo en 1978. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de al-Azhar, graduándose en el año 2000 y continuó sus estudios en España, donde cursó el máster en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos de la Universidad Autónoma de Madrid. Considerado uno de los fundadores de la nueva novela egipcia ha traducido además numerosas obras de la literatura española y lationamericana al árabe.

Su primera novela, El fabricante de llaves, fue publicada en 2010 y ganó el Premio Nacional de novela en 2011. Sus siguientes novelas fueron El mundo en un tazón (2012), El libro del escultor (2013), novela que trata uno de los grandes problemas del mundo árabe, el fanatismo religioso, y que le llevó a ganar el Premio Cultural Sawiris en 2015, Elías (2014) y La fortaleza de polvo (2017), novela finalista en la lista larga del prestigioso Premio de Narrativa Árabe otorgado por Emiratos Árabes Unidos

Miral El Tahawy

Miral El Tahawy (ميرال الطحاوي) nació en 1968 en la ciudad de El Husseiniya, Egipto, dentro de una familia tradicional beduina. Estudió literatura árabe en la Universidad de Zagazig y trabajó como profesora de colegio, lo que le permitió no tener que casarse. Posteriormente se mudó a El Cairo, donde estudió en la Universidad de El Cairo.

El Tahawy publicó su primera obra, una colección de relatos, en 1995. Al año siguiente publicó su primera novela, La tienda beduina, a la que le siguió La berenjena azul y Pasos de gacela, traducidas las tres al inglés (La tienda beduina está publicada también en español). Su cuarta novela, Brooklyn Heights, fue aclamada por la crítica, galardonada con la Medalla Naguib Mahfouz en 2010 y finalista en la lista corta del Premio de Narrativa Árabe en 2011. En sus novelas El Tahawy trata la vida en el Egipto beduino centrándose en la problemática de la mujer y su necesidad de emancipación.

Ezzat El Kamhawi

Ezzat El Kamhawi (عزت القمحاوي) nació en 1961 en la Gobernación Oriental, Egipto. Estudió Periodismo en la Universidad de El Cairo, graduándose en 1983. Entró a trabajar en el periódico Al-Ajbar, uno de los más importantes del país, y en 1993 participó en la fundación de la importante revista literaria Ajbar al-adab, perteneciente al mismo conglomerado editorial que el periódico en el que trabajaba.

El Kamhawi ha publicado catorce obras, entre novelas, colecciones de relatos cortos, ensayos y cartas. Su primera novela fue La ciudad del placer (1997), traducida tanto al inglés como al italiano, pero la obra con la que alcanzó mayor reconocimiento fue la novela La casa del lobo (2010), por la que El Kamhawi fue galardonado con la Medalla Naguib Mahfouz en 2012. La novela trata la historia de una familia rural en Egipto a lo largo de varias generaciones.

5 escritores egipcios de la narrativa contemporánea: Nora Amin, Adel Esmat, Ahmad Abdulatiff, Miral El Tahawy, Ezzat el Kamawi
Por orden de izqda a dcha y de arriba a abajo: Nora Amin, Adel Esmat, Ahmad Abdulatif, Miral el Tahawy, Ezzat el Kamhawi

Traducir del árabe junto a Ahmad

Covadonga firmando un ejemplar de La Fortaleza de Polvo

Quién se habría imaginado que, unos años después, yo estaría traduciendo y publicando esa misma novela que Ahmad escribía entre clases y viajes.

Lo he comentado en las presentaciones, pero lo repito una vez más: me alegra mucho que “La fortaleza de polvo” sea la primera novela que he traducido entera y publicado. Me alegra porque es una novela de Ahmad, a quien valoro y aprecio tanto como amigo como escritor. Pero, sobre todo, me alegra porque he tenido la oportunidad de trabajar con él y la experiencia ha sido más que positiva para mí.

Una traducción es siempre una adaptación y no todos los autores llevan bien que su obra se modifique. La ventaja de la traducción es que, por lo general, no te arriesgas a tener al autor del original clamando por el desastre en el que has convertido su obra ya que no suelen conocer la lengua de llegada, solo la de partida. En mi caso, yo no contaba con ese hándicap porque Ahmad habla y lee perfectamente español, pero eso no solo no me preocupaba, sino que era un alivio para mí.

“¿Qué mejor crítico para una traducción que el autor del original?”, pensaba.

Desde el principio, Ahmad insistió en que la traducción era mi obra propia y que él no tenía ninguna autoridad sobre ella. Imagino que su actitud abierta y humilde tiene mucho que ver con el hecho de que él mismo es traductor (en su caso del español al árabe) y, a diferencia del resto de escritores con los que no compartimos profesión, es muy consciente de las dificultades y peculiaridades que tiene traducir una novela. Aún así, se prestó a ayudarme y resolver todas las dudas que tenía.

Las primeras dudas eran de vocabulario, pero pronto surgieron los verdaderos problemas, las cuestiones a las que les di vueltas durante días y días. Dudas sobre personajes históricos mencionados en la novela, sobre sucesos, sobre costumbres que un lector no árabe no entendería… ¿Cómo transmitirle al público español la información que el público árabe recibe al leer el nombre del maestro sufí Ahmad ibn Ata Allah? ¿Cómo explicar algo tan básico para un árabe como su propio sistema patronímico?

Otra de las cuestiones que más me preocupaba era el estilo. Aquellos que hayan leído “La fortaleza de polvo” sabrán que Ahmad escribe con un estilo tan particular como trabajado y me preocupaba especialmente ser capaz de trasladarlo a la traducción. Le pregunté en varias ocasiones qué opinaba sobre el estilo, cómo veía la traducción, si quería cambiar algo, y su respuesta siempre era la misma: “La traducción es tu obra, no la mía, y yo no puedo meterme en ella”. Al final, después de insistirle un poco, me decía que el estilo estaba bien captado y que no me preocupase por ello, ya que no había nada que cambiar.

Por todo esto, traducir “La fortaleza de polvo” y trabajar con Ahmad ha sido una gran alegría para mí. No creo que la mayoría de los traductores hayan tenido la oportunidad de colaborar con un autor tan amable y dispuesto a ayudar como yo y sé que en futuras ocasiones mi experiencia será muy distinta a esta, así que, por todo esto:

¡ Muchas gracias, Ahmad!